domingo, 16 de noviembre de 2008

Bitch

Mis suegros están en Samoa de vacaciones, mi novio está trabajando en Devonport, yo estoy solo en la casa muerto de aburrido, afuera hace un día de sol escandaloso.

Tareas hogareñas no hay muchas, lo único que me dijeron es que intentara sacar de paseo al perro.

Que lo intentara, porque no es fácil, se trata de una perra muy apegada a sus dueños, tiene siete años y se asusta fácil. Desde las celebraciones de Guy Fawkes, donde todo el mundo tira fuegos artificiales (sospecho que no hay Coaniquem en Nueva Zelanda), que la perra anda media tembleque. Y por alguna razón que no conozco, tampoco le gusta ir a la playa.

El otro día intentamos llevarla a la playa, yo y K. Pero antes de dar la vuelta a la esquina y poder ver el mar, la perra se plantó con el culo en la vereda y de ahí no había como sacarla. K quería darse una zambullida, así que le dijimos chao con la pata. Pero la perra se rehusaba a volver conmigo a casa. Fallo técnico. Le solté la correa y empecé a caminar de vuelta, pero nada, hasta que al final cuando me puse de cuclillas y K había desaparecido de vista, sólo entonces trotó hacia mi, pero el camino de regreso fue penoso, cada cinco pasos se detenía y miraba hacia atrás con cara de pena. Y lo peor fue que en la última esquina depositó un mojón de récord Guinness, que servidor tuvo que recoger. No me simpatizas, bitch.

Por eso ahora solo en casa, las posibilidades de un paseo exitoso eran mínimas. Y el más sorprendido era yo cuando la perra respondió al llamado llena de energía y casi que moviendo la cola, le puse la correa y salió disparada hacia la calle.

Pero claro, la perra creia que la iba a llevar a la casa del frente, donde hay otra perra con la cual esta hace sus guarrerías de vez en cuando. Pero esa no era opción, y como no quiso que la condujera en ninguna otra dirección, nos volvimos a casa.

Un paseo que no califica como paseo, y una anécdota que tampoco sé si califica como anécdota

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